Marta Puerto Pascual
Las tensiones entre el
país iraní y el binomio Estados Unidos-Israel se recrudecen. El temor de que
Irán utilice el enriquecimiento de uranio con fines bélicos sigue presente. La
publicación de un diagrama que simula un arma con una fuerza explosiva mayor a
la que el país americano utilizó en Hiroshima ha hecho saltar las alarmas. Sin
embargo, este documento no constituye ninguna prueba definitiva, y aún menos
credibilidad puede albergar al ser filtrado por un país que, a su vez, ha
pedido la reserva de su identidad.
Como en cada intervención
de los representantes iranís, el político persa Mesbahi Moghadam niega que se
esté construyendo un arma nuclear, aunque señala la capacidad científica y
tecnológica que el estado teocrático ostenta. Irán pretende por todos los
medios calmar la opinión de la Comunidad Internacional, aunque no pierde oportunidad
para destacar las posibilidades armamentísticas que posee y que no dudaría en utilizar
en caso de ser atacado. Ya lo anunciaba el representante persa ante la OIEA,
Ali Asghar Soltanieh: “nadie se atrevería a atacar a Irán, pero si hay un ataque,
estoy seguro de que habría una dura respuesta”. El país islámico ha amenazado
con reducir su cooperación con esta organización en el caso de recibir un
ataque por parte de Israel o Estados Unidos.
Las sanciones impuestas
por su programa nuclear ya han pasado factura en la economía iraní, en la que
el rial alcanza números rojos. La salida más inmediata para Irán parece ser
establecer alianzas en el territorio latinoamericano. Cuba, Venezuela o Ecuador
ya han mostrado públicamente su apoyo a un país que consideran injustamente agredido
por el “imperio yanquee”. La nueva estrategia de la República Islámica apunta
al apoyo militar a países vecinos y aliados que lo soliciten, concretamente con
los buques que las Fuerzas Navales están dispuestas a ofrecer.
Occidente, pese a los
mensajes tranquilizadores que Irán se empeña en difundir, sigue preocupado por
la elevada actividad nuclear en el país islámico y observa de cerca cada uno de
sus movimientos. Este conflicto responde al tradicional enfrentamiento entre el
pensamiento occidental y el oriental-islámico y no augura una solución
sencilla. Mientras estas diferencias no se superen y Occidente no ofrezca un
trato igualitario al mundo islámico, no será posible la consecución de la paz.
El mundo seguirá dividido en dos grandes bloques enfrentados y el fanatismo
islámico se agudizará. O como bien recomienda el columnista Andrés Ortega: “no
hay que tenerle miedo al islamismo político, sino aprender a tratar con él”.